Hará un buen tiempo que quería hacer esto. Más de una vez me planteé la posibilidad, le daba vueltas al tema y no encontraba la mejor forma de agregarlo a alguna entrada. No lo suficiente, al menos, porque cuando hablamos de la segunda temporada de Mindhunter pude hacer una mención con fines comparativos (?) a su figura y a aquella construcción paradójica de la fuerza imparable contra el objeto inamovible. Pero se sintió insuficiente. Sentí que quería profundizar más en el tema y no era el momento. No era el momento porque el momento era este: a pocos días del estreno de su película individual, con un genial actor como Joaquín Phoenix protagonizándolo y con las expectativas de todos puestas en él. Finalmente encontré el hueco que necesitaba para hablar de el Joker.
Su primera aparición fue en el cómic Batman Nro. 1 de 1940, pero lo verdaderamente intrigante del personaje, sus orígenes, no fue explorado hasta la entrega de Detective Cómics de 1968 y, con esta, la aparición de uno de los alter egos más conocidos del Universo DC: Redhood. Ese personaje que asumía el Joker (en diferentes historias, dependiendo del cómic) para realizar sus fechorías. Una de las ediciones más atrapantes y recomendables para entender el origen y naturaleza de este antagonista es el famoso The Killing Joker, un cómic espectacular, que escapa a toda la realidad construida alrededor del Universo DC para centrarse en el Joker, su origen, su conflicto con Batman y aquél gran paradigma que gira en torno a los dos y la imposibilidad de matarse. Posiblemente el mejor material que haya al respecto. Al abordar su origen, también aborda una cuestión esencial del personaje: nada que gire en torno a su “nacimiento” puede ser considerado cierto, ya que, en esta obra, él mismo insiste en que “nunca recuerda igual su historia”. En el reciente cómic “Los Tres Jokers” Batman termina descubriendo que no se trata de un solo rival, sino de tres, con diferentes motivaciones, pero los mismos ideales caóticos entrelazados.
Teniendo estos dos últimos materiales como referencia he de decir que lo que primeramente encuentro fascinante del Joker es lo que representa como idea y planteamiento filosófico. Quiero decir, difícilmente alguien pueda querer parecerse a él o actuar como él porque, bueno…está mal (?). Desde la construcción moral que tuvimos a lo largo de nuestra vida podemos saber eso, pero ¿por qué ignorar absolutamente todo y no tomar su comportamiento transgresor anárquico para replantearnos algunas cosas? Porque si algo nos hace es ponernos delante de la brillante ocasión de detenernos ante esa gran maquinaria que llamamos “sistema”, sin saber ni siquiera muy bien de que se trata, y cuestionarla. Y cuestionarnos. Y dejarnos seducir con la idea de que a lo mejor el caos, bien entendido, puede ser una fuente motora de nuevas cosas. Que el otro extremo, ese de la exagerada rectitud, no necesariamente es impoluto.
César Romero cumplió un gran papel con la primera representación del mismo allá por los ’60. Jack Nicholson nos invitó “a bailar con el diablo bajo la pálida luz de la luna” pero desde un personaje más mafioso y con aspiraciones criminales superficiales. El mejor Joker es el que busca poner sobre la mesa una idea, o más bien, tirar las que ya se encuentran ahí y comenzar de nuevo. Y el que mejor representa eso es –me paro- el desarrollado por Heath Ledger –me siento- en Batman The Dark Knight, de Christopher Nolan.
En esta interpretación, el Joker constituye el caos por el caos mismo. No busca matar por dinero, ni por placer, ni por venganza. Es un perro persiguiendo autos, es un sujeto que solo quiere ver arder el mundo, por la mera curiosidad de saber cómo se vería. Y en ese planteamiento, es cuando mejor se ve su contraparte con Batman. Ese Batman incapaz de matarlo por su profundo sentido moral. El mismo sentido moral que, en la película animada “Under the Redhood” lleva a Robin a la locura, desquiciado por no poder entender la insistencia de su mentor en no eliminar de una vez al Príncipe Payaso del Crimen. Esa contraparte que, en The Killing Joke, parece encontrar un quiebre cuando Batman se cuestiona así mismo y a su némesis por seguir repitiendo el ciclo y, quizás, solo quizás, esa vez, en ese universo, le pone un fin.
Es esa misma contraparte que se nos presenta en la paradoja de la fuerza imparable. ¿Pueden existir en un mismo universo una fuerza imparable y un objeto inamovible? Según las leyes de la física, no, porque uno anularía al otro. Pero, ¿filosóficamente hablando? Es este el caso de dos posiciones completamente opuestas e igual de firmes. Son construcciones antagónicas midiéndose todo el tiempo. Lo seductor del Joker radica en que nos interpela, nos cuestiona todo lo que somos y lo que creemos. Nos pone delante de una duda más grande que nosotros mismos.
Imagínense tener como héroe a Batman. Ese modelo a seguir que tenemos la mayoría. Salvo su grosera cantidad de dinero (?), el tipo no tiene poderes, vio morir a sus padres, vivió con miedo toda su infancia y consiguió (y consigue) vencer todo eso para ser la figura súper heroica que es. Y aparece una figura como la del Joker, completamente despojado de moralidad e integridad, a desafiar todo lo que vemos representado en nuestro héroe, a decirnos que él (Batman) no es mejor solo porque todos lo dicen, que está lleno de imperfecciones igual que todos, que también es un loco. Es por eso que la figura del Joker resulta tan enriquecedora, por no ser la de un villano que comete fechorías y desafía a nuestro héroe porque se pone en su camino, sino por ser la de un antagonista que solo quiere jugar con nuestra mente y desafiar todo lo que conocemos como moral.