Si me preguntan entre libro o película, elijo libro, siempre. Por razones varias que explicar ahora me llevarían mucho tiempo, pero si, libro, toda la vida. Curiosamente, el libro del que me pintó (?) hablar ahora es el segundo en el que se basó una película que va a tener su espacio en ese sitio (el primero fue El Padrino que, como todos ya saben, tiene un sitio de preferencia). Curiosamente, en el caso de ambos libros, primero me tocó ver la película y después el libro. El segundo libro del que hablo es La Naranja Mecánica de Anthony Burgess; novela que después (como espero que todos ya sepan) tuvo su adaptación cinematográfica de la mano de Stanley Kubrick.
Lo más curioso viene a continuación (?) y es que lo que más rescato del libro no es su construcción de una sociedad distópica, ni su crítica hacía la violencia o el uso y abuso de poder. Ni siquiera voy a hablar (mucho) sobre el lenguaje nadstat que me hizo atravesada por momento la lectura. La reflexión principal que me dejó esta obra es sobre la madurez. ¿Tanto verso y tanta destreza narrativa? Si, en este caso, para mí sí. Porque no es poca cosa como está propuesto por Bugess, ni las razones que me hicieron llegar a esto.
Primero, es importante aclarar que, en mi experiencia personal, soy muy fanatico de leer absolutamente todo el libro y esto incluye, claro, los prólogos. En el caso de la edición que yo tengo de La Naranja Mecánica, contaba con una introducción del propio autor donde explica que, en su versión original, la obra cuenta con 21 capítulos pero que su editor norteamericano lo presionó hasta bajarlo a 20. Entonces, existían versiones con 20 capítulos (las norteamericanas) y otras con 21 (las británicas). Kubrick para su película se basó en la norteamericana.
¿Y por qué esto es relevante? Porque en esta introducción Burgess aclara y explica una notoria e importante diferencia (AH SI, me olvidaba, por si haga falta: SPOILER ALERT) entre el final con y sin ese bendito capítulo. ¿Puede un solo capítulo alterar tanto la percepción sobre una obra? No tengo forma de saberlo a ciencia cierta, pero en mi caso, con esta obra puntual, lo hizo. Y bastante.
Alex DeLarge es un joven de 15 años que disfruta de escuchar música clásica y de largas sesiones de ultraviolencia con sus tres drugos (o amigos), Pete, Georgie y el Lerdo. Luego de varias demostraciones de su fijación por la violencia extrema y al abuso hacia los demás, Alex termina preso y, posteriormente, sometido a un tratamiento experimental: la técnica de Ludovico. Esta es una terapia de aversión donde, mediante el uso de drogas, le inducían a sentir verdadero malestar al estar expuesto a situaciones de violencia.
De comenzar la obra como villano, Alex pasa más tarde que temprano al papel de víctima al ser puesto en libertad: incapaz de valerse o defenderse por sí mismo, todavía conserva para el mundo exterior la imagen del “malchico” que fue en el pasado: olvidado por sus padres, perseguido por sus enemigos y ex amigos, castigado por quiénes alguna vez hizo daño, hasta el punto de ser puesto en situación de muerte. Hace que uno se pregunte si el pasado es un salvoconducto para nuestras acciones en el presente, si lo que hacemos está condicionado por lo que hicimos, si somos capaces de cambiar. Si nos aceptarían, en caso de cambiar. Y es entonces donde llegamos al famoso capítulo 21.
Según la versión norteamericana, y la película del gran Stanley, Alex estuvo condicionado primero, gracias al tratamiento, y luego descondicionado, con su famosa frase “Sí, yo estaba curado”, dando a entender que no había verdadera solución en él y que le esperaba una larga y próspera (?) vida de ultraviolencia. En el capítulo 21 se nos presenta a un Alex ya mayor (al menos comparado con sus nuevos drugos), con experiencia, con conocimientos muy profundos. Y cansado de la violencia sin sentido, de meterse en problemas, de hacer daño sin razón. Cansado y aburrido. O maduro, quizás.
Con el tiempo y la experiencia, ganamos madurez. Madurez que podemos usar para lo que nos parezca mejor, muchas veces, nos da una visión diferente de la realidad, una perspectiva que nos hace ver y reflexionar sobre la vida de una forma que no lo hacíamos antes. Cambiamos, porque simplemente maduramos. La evolución más importante para Alex (y para cualquier ser humano) es hacia la madurez y hacia reconocerse maduro, capaz de cambiar, capaz de contemplar sus errores y no repetirlos. De dejar atrás una vida que no le satisface, que no tiene sentido. Burgess, me parece, en La Naranja Mecánica nos habla sobre la posibilidad del ser humano de cambiar. Sobre la madurez, que cada uno es capaz de alcanzar.
“…por definición, el ser humano está dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal. Si solo puede actuar bien o solo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica…” Anthony Burgess, en su introducción a La Naranja Mecánica.